
¿Por qué? ¿Para qué?

Sobre la utilidad. Al concluir su Curso de Literatura Europea, donde estudia obras de Dickens, Jane Austen, Flaubert, Proust y Joyce, entre otros escritores, el novelista ruso Vladimir Nabokov hace la prevención siguiente: “Las novelas que hemos estudiado no os ensañarán nada que podáis aplicar a ningún problema evidente de la vida. No ayudarán en la oficina, ni en el ejército, ni en la cocina, ni en la escuela de párvulos. De hecho, los conocimientos que he estado tratando de impartir son puro lujo. No os ayudarán a comprender la economía social de Francia ni los secretos del corazón de una mujer o de un joven”. Pero ite que la satisfacción que transmite una obra inspirada y precisa puede ser el consuelo que “uno siente cuando toma conciencia, pese a todos sus errores y meteduras de pata, de que la textura interior de la vida es también materia de inspiración y precisión”.
Un instante, una vida. Rafael Sánchez Mazas estuvo por unos segundos, quizás un minuto, frente a un soldado republicano que pudo haberle disparado y ahí habría terminado todo para él. Tenía por entonces 45 años. El soldado que lo enfrentó, sin embargo, no disparó, vaya a saberse por qué, en circunstancias que Sánchez Mazas se había escapado de un pelotón de fusilamiento cerca de Gerona hacia finales de la guerra civil. Sobre ese instante Javier Cercas centró una de sus mejores novelas, Soldados de Salamina, y se hizo muchas conjeturas. Sánchez Maza también debe habérselas hecho. ¿Por qué, para qué? A esas alturas, aparte de ser un periodista famoso y un escritor de cierto prestigio, era una figura muy importante de falangismo, a la altura de José Antonio Primo de Rivera, Giménez Caballero o Ledesma Ramos. ¿Supo ese soldado que había tenido en la mira a un jerarca del franquismo? ¿Tuvo él después la oportunidad de agradecerle la vida a ese soldado? Lo único que está claro es que Sánchez Mazas, autor nada menos que de la consigna “¡Arriba España!”, se convirtió en ministro sin cartera del gobierno de Franco concluida la guerra civil, que duró muy poco en ese cargo y que después se concentró en la escritura y en la gestión del Museo del Prado. Publicó su novela más famosa, La vida nueva de Pedrito de Andía, en 1951. Corresponsal durante años del ABC en Roma, durante el pleno auge de Mussolini, fue detenido por la República inmediatamente antes de la guerra, logró entonces fugarse a Portugal, pero Primo de Rivera lo hizo volver a España para que participara en la rebelión nacionalista, que a él lo sorprendió en Madrid. No es mucho lo que alcanzó a combatir por entonces, porque pronto encontró asilo en la embajada de Chile, de la cual se escapó para llegar a Francia y volver a ser detenido tiempo después en Barcelona. Como Mircea Elídale, como Cioran, como Celine, como Hamsun, Sánchez Mazas, padre de Rafael Sánchez Ferlosio, el gran ensayista español de fines del siglo pasado y premio Cervantes 2005, fue uno de los tantos escritores europeos capturados por el fascismo en los años 30, la década en que media Europa sintió que la democracia había colapsado. Taurus acaba de publicar en España un ensayo biográfico sobre el personaje, de Maximiliano Fuentes Codera, que se hace cargo, sobre todo, de su pensamiento político y de sus ensayos históricos.
Simplemente basura. No hay un solo minuto, literalmente ni uno solo, donde El esquema fenicio, la última realización de Wes Anderson, contenga alguna cuota de ingenio, de inspiración, de talento o de humor. Nada, nada de nada. Cero. La pregunta es en qué momento Wes Anderson creyó ser un genio y pensó que para instalarse entre los poetas en pugna con la modernidad bastaba con inventar personajes grotescos, supuestamente “divertidos” y jugar con las simetrías en la puesta en escena. Es lo que comenzó a hacer sobre todo a partir de Gran Hotel Budapest, un bodrio que incluso sus incondicionales prefieren pasar por alto, y fue desde entonces que su cine viene en caída libre. El suyo es un caso digno de estudio, porque, en particular en los primeros tramos de su filmografía, Anderson no solo hizo películas valiosas, sino también originales y emotivas, como Rushmore, como Los Excéntricos Tenenbaum, en menor medida como La vida acuática. Son obras que nadie le puede discutir. Pero todo eso quedó muy atrás. Hoy sus películas se han vuelto patéticas. Tanto es así que este estreno reciente vale sobre todo como desafío. Es de esas comedias que no sacará no digamos una carcajada, sino ni siquiera una sonrisa durante la proyección. No solo eso: hay que tener coraje para aguantarla hasta el final. Porque, claro, todo tiene un límite. Lo increíble, por mucho que su estrella se haya apagado, es que Anderson sigue siendo un cineasta al que toman en serio en muchos círculos. De otra manera no explica que para una realización tan miserable como esta haya podido convocar a actores como Benicio del Toro, Bill Murray, Scarlett Johansson, Willem Dafoe, Michael Cera, Tom Hanks, Benedict Cumberbatch, Bryan Cranston o Charlotte Gainsbourg, entre otros. Aun cuando su trabajo solo irradia estupidez, estos actores han de creer que todavía irradia luz.
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